¿Qué es el mundo
sino ficción?
¿Y la realidad
es una ilusión?
¿De qué estamos formados?
Vacío,
quarks,
neutrones,
protones,
electrones,
átomos,
moléculas,
macromoléculas,
orgánulos,
células,
sistemas,
aparatos,
tejidos,
órganos,
personas.
¿Ya está?
¿No hay más?
¿Es la vida un rompecabezas
formado por piezas encajadas?
¿Qué pasa con las ideas,
con el amor, con las guerras?
¿Con pasiones
de pensiones?
¿Con nuestros ideales,
por los que muchos mueren
y otros muchos nacen?
¿Somos sólo reacciones?
¿Hemos salido ya de la caverna?
¿O estamos en el fondo de ella?
¿Notáis cadenas?
¿Veis ya las sombras?
¿O llevamos ya tiempo
respirando aire fresco?
¿Estamos acaso junto a la fogata
Cerca de esa figura de mentira?
Viendo sombras
o réplicas
o las cosas
¿Notamos las diferencias
jueves, 28 de noviembre de 2013
domingo, 20 de octubre de 2013
Todos tenemos la responsabilidad de pensar
Esta entrada, la primera del nuevo curso, trata sobre unos vídeos titulados "Sócrates y la autoconfianza", en los cuales Alain De Botton habla sobre Sócrates y el por qué de su extraña manía de abordar a la gente mientras paseaba por el foro.
El narrador nos cuenta como las grandes masas tienden a seguir, y a hacer caso, a las personas importantes, es decir, políticos y gente con dinero, en general. Sócrates opinaba que esto se debe a que creemos, erróneamente, que este tipo de personas que parecen tan autoritarias y seguras de si mismas saben lo que hacen, saben hacia donde van, y por tanto, nosotros les seguimos como un rebaño tras su pastor.
Sócrates abordaba a este tipo de personas, ricos griegos y guerreros, en el foro y les hacía preguntas sobre cómo y por qué estaban donde estaban y hacían lo que hacían. La mayoría de las veces recibía respuestas llenas de incoherencias. Un rico sabe explicar por qué es rico, un guerrero no sabe por qué lucha como lucha.
La segunda razón que nos puede llevar a seguir ciegamente a este tipo de individuos es que todos sabemos que, a veces, al estar furiosos, por ejemplo, podemos equivocarnos. Sócrates era un inconformista en este sentido, e iba creando confusión allí por donde pisaba. Su inconformismo tenía aliciente en la búsqueda de la verdad. Sócrates preguntaba a la gente por el sentido de la vida, preguntas que a menudo molestaban e irritaban a los atenienses, aunque a Sócrates estas molestias no parecían importarle. Al contrario, prefería parecer un loco a dejar que la gente no se parara nunca a pensar. Su intención era que todos cuestionasen sus propias creencias, él creía que todos tenemos derecho a reflexionar sobre nuestras vidas e ideas y que todos teníamos capacidad para hacerlo. Por encima de todo, el propósito de Sócrates era que superásemos los prejuicios y la timidez, descubriendo nuestras verdaderas creencias y aprendiendo a justificarlas y defenderlas "con uñas y dientes". Con esto pretendía enseñar a creer en tu opinión por encima de creencias o ideologías dominantes, destacando así por encima de los demás.
Sócrates opinaba que era imposible crear buenas ideas sin pensarlas mucho, por lo que inventó un método para aprender a pensar. Este método consta de tres etapas:
-Primero hay que buscar una opinión considerada verdadera por la mayoría.
-Después hay que buscar incoherencias o contrapuntos a esta opinión, si encontramos una incoherencia a la opinión, entones es que esta ha de ser falsa.
-Por último, debemos buscar una nueva definición que se ajuste realmente a la opinión.
La verdad para Sócrates es aquella opinión que no se pueda contradecir.
Si seguimos el método, según Sócrates, seremos capaces de justificar mejor nuestra ideas, que serán más sólidas.
Gracias a esto, no tenemos que seguir a las masas, haciendo y pensando lo que los otros, si no que si pensamos distinto, sabemos como argumentarlo y defenderlo.
Para Sócrates, una vida sin reflexión no merece la pena vivirla. Para él, la reflexión y la filosofía no estaban limitadas a las universidades, si no que se podía filosofar en todas partes y que cualquier tipo de persona puede hacerlo. Nuestro problema, según él, es que escuchamos las opiniones de la gente importante y las aceptamos sin siquiera pensar si están bien o no.
Aunque Sócrates pensaba que cualquiera es capaz de reflexionar sobre sus ideas, sabía que la mayoría de la gente no lo hace, por lo que no todas las ideas deben ser escuchadas. No creía en la democracia, porque una idea no tiene por qué ser cierta solo porque la mayoría la defienda. Por encima de todo, la idea ha de ser lógica. Si no lo es, lo mismo da que la defienda la mayoría, porque es errónea.
Precisamente, nuestro filósofo murió por defender sus ideas por encima de las de la mayoría.
Todos podemos pasar de ser ovejas a ser filósofos.
jueves, 6 de junio de 2013
Sobre Rousseau y Hobbes
Hoy en clase hemos hablado sobre las ideas que tenían los célebres
filósofos Hobbes y Rousseau sobre el estado de naturaleza y el Estado de
Gobierno.
Para Hobbes, estado de naturaleza es
sinónimo de caos, ya que para él, el ser humano necesita dominar a sus iguales,
y ello desemboca en conflicto. Solo el tiempo y la creación de leyes y normas
por parte de un monarca consiguieron que el ser humano fuese educado
adecuadamente.
Sin embardo, Rousseau dice todo lo
contrario. Según este autor, el estado de naturaleza era el estado perfecto, ya
que, para él, los humanos somos seres gregarios que tienden a vivir en paz y
armonía con la comunidad. Pero, poco a poco, se sucedieron unos cambios
externos que nos obligaron a cambiar, y a causa de estos cambios surgió la
propiedad privada, que fue el comienzo del fin. Gracias a Dios, esta
"enfermedad" que contrajo la humanidad tenía cura, y esa cura pasaba
por que el poder del estado estuviese en manos del pueblo. Todos los individuos
cedían su libertad a favor del bien común.
Si tuviese que inclinarme por alguno de
los dos autores, supongo que estaría de parte de Rousseau. Creo que el ser
humano, en sus gregarios orígenes era bueno, y que fue la aparición de la
llamada "sociedad" lo que nos volvió crueles. Más que la sociedad,
fueron los valores que esta nos inculca. Valores como ciertas religiones, que
convierten a los hombres en monstruos, el afán de conquista, que llevaron a las
grandes naciones a conquistar territorios que hoy en día son llamados
"tercer mundo" (por nuestra culpa). Valores como el machismo, que
hace que en algunos países esté bien utilizar la violencia contra las mujeres,
ese valor que está presente en nuestras cabezas y que dice que "quién más
tenga, más feliz será", lo que provoca avaricia, envidia... Y una larga lista
de etcéteras.
Aunque también Hobbes tiene algo de razón.
Observemos a los niños, por ejemplo. Los niños son un claro ejemplo de
crueldad, al no saber distinguir el bien del mal, hacen y dicen todo tipo de
cosas, algunas crueles, como insultar a un amigo o incluso, maltratar a un
animal. Puede que lo hagan inconscientemente, pero... ¿Acaso ese no es un claro
signo de que los seres humanos nacemos con cierto punto de maldad?
Por eso creo que, en parte, debe haber un
punto intermedio. Ni nacemos demonios ni santos. Creo que en toda persona
existe un lado bueno y uno malo, y que la sociedad y el ambiente en el que
vivimos no hace más que potenciar una de las dos partes.
En cuanto a la aparición del estado...
Creo, como Hobbes, que el estado se creó para inculcar una serie de leyes y
normas con las que regir el país, porque si no, esto sería un descontrol. Puede
ser que estas normas, en un principio inofensivas, hayan derivado en trampas
para nosotros mismos, leyes que no podemos controlar y que, de algún modo,
condicionan nuestra total libertad.
No comparto, sin embargo, las ideas de
Rousseau. Puede ser que, en un principio (hace mucho, mucho tiempo), el poder
lo tuviese el pueblo, pero hoy en día el único poder que tenemos es el de botar
y no siquiera eso es correcto de todo. Son los políticos los que tienen el
poder, y el pueblo, por mucho que se manifieste y esté en desacuerdo con él, no
puede echarlo de donde está.
martes, 7 de mayo de 2013
Pequeños placeres de la vida
Nuestras vidas están llenas de cosas malas y de cosas buenas. Cosas que nos dan placer y cosas que hacen que nos hundamos en la miseria y la depresión.
En esta entrada, voy a hablar sobre algunos los que considero los pequeños placeres del día a día.
Por ejemplo: ¿quién no se ha levantado temprano un día festivo y se ha deleitado pensando que no tiene que levantarse, que puede quedarse en la cama el tiempo que quiera? ¿Y quién no se ha dado una ducha con agua hirviendo tras pasar mucho frío y se ha sentido en el séptimo cielo? ¿Y tumbarse al sol a freírse como una lagartija cuando se tiene frío?
Otro de los mayores placeres de la vida es, sin duda, el chocolate ¿Quién no se ha metido una onza en la boca y ha dejado que se derritiese lentamente?
Que te den un abrazo cuanto te sientes mal, que una persona a la que has ayudado te diga que tu consejo le ha sido de gran utilidad, que te halaguen por algo, que sea tu cumpleaños, que te regalen algo, que te piropeen, que alguien te diga que le gusta tu pelo, o tu ropa, o como hueles, que tus profesores te feliciten por algo que has hecho, que tus padres te digan que se sienten orgullosos de ti, que tu pareja te diga que te quiere, conocer a alguien especial, tumbarse en la cama a leer un libro, escuchar tu canción favorita de repente, llegar a tu casa y que tu madre haya preparado para comer uno de tus platos preferidos, ver a alguien a quien llevabas mucho tiempo sin ver, que te den una buena noticia, que falte a clase un profesor y puedas irte antes, ir al campo de excursión, pasear un día soleado, darte un capricho, estirarte después de dormir largo y tendido, viajar a lugares lejanos,que vuelvan a echar en televisión un programa que te gustaba mucho, descubrir un libro, serie o película que te encanta, reír...
¿Quién no ha bebido después de pasar mucha sed, o comido después de pasar hambre? ¿Nunca habéis tenido calor en verano y habéis girado la almohada para encontraros con la agradable sorpresa de que está fría? ¿Quién no se ha lanzado en plancha a su suave y mullida cama después de un día agotador? ¿Nunca habéis tenido calor en verano y os habéis dado un chapuzón en agua fría?
Uno de los pequeños placeres que solo entendemos las mujeres es, sin duda, el llegar a casa por la noche y desprendernos de los tacones (Y, ya que estamos, darnos un suave masaje en los pies con trombocid).
¿Y aquello de ducharse después de haber hecho deporte?
Los estudiantes coincidirán conmigo en que no hay mayor satisfacción que en llegar a un examen, que te entreguen la hoja y respirar tranquilo porque te lo sabes todo. O hacer un examen de una asignatura que te resulte muy difícil y sacar muy buena nota. O sacar mejor nota de la esperada en un examen que creías que te había salido mal. Aunque quizás, el mayor placer que experimenta un estudiante es cuando va a recoger las notas el último día, no le ha quedado ninguna y sabe que puede dedicarse a lo que le de la gana durante los siguientes tres meses ¿Hay mayor alegría que esa?
En esta entrada, voy a hablar sobre algunos los que considero los pequeños placeres del día a día.
Por ejemplo: ¿quién no se ha levantado temprano un día festivo y se ha deleitado pensando que no tiene que levantarse, que puede quedarse en la cama el tiempo que quiera? ¿Y quién no se ha dado una ducha con agua hirviendo tras pasar mucho frío y se ha sentido en el séptimo cielo? ¿Y tumbarse al sol a freírse como una lagartija cuando se tiene frío?
Otro de los mayores placeres de la vida es, sin duda, el chocolate ¿Quién no se ha metido una onza en la boca y ha dejado que se derritiese lentamente?
Que te den un abrazo cuanto te sientes mal, que una persona a la que has ayudado te diga que tu consejo le ha sido de gran utilidad, que te halaguen por algo, que sea tu cumpleaños, que te regalen algo, que te piropeen, que alguien te diga que le gusta tu pelo, o tu ropa, o como hueles, que tus profesores te feliciten por algo que has hecho, que tus padres te digan que se sienten orgullosos de ti, que tu pareja te diga que te quiere, conocer a alguien especial, tumbarse en la cama a leer un libro, escuchar tu canción favorita de repente, llegar a tu casa y que tu madre haya preparado para comer uno de tus platos preferidos, ver a alguien a quien llevabas mucho tiempo sin ver, que te den una buena noticia, que falte a clase un profesor y puedas irte antes, ir al campo de excursión, pasear un día soleado, darte un capricho, estirarte después de dormir largo y tendido, viajar a lugares lejanos,que vuelvan a echar en televisión un programa que te gustaba mucho, descubrir un libro, serie o película que te encanta, reír...
¿Quién no ha bebido después de pasar mucha sed, o comido después de pasar hambre? ¿Nunca habéis tenido calor en verano y habéis girado la almohada para encontraros con la agradable sorpresa de que está fría? ¿Quién no se ha lanzado en plancha a su suave y mullida cama después de un día agotador? ¿Nunca habéis tenido calor en verano y os habéis dado un chapuzón en agua fría?
Uno de los pequeños placeres que solo entendemos las mujeres es, sin duda, el llegar a casa por la noche y desprendernos de los tacones (Y, ya que estamos, darnos un suave masaje en los pies con trombocid).
¿Y aquello de ducharse después de haber hecho deporte?
Los estudiantes coincidirán conmigo en que no hay mayor satisfacción que en llegar a un examen, que te entreguen la hoja y respirar tranquilo porque te lo sabes todo. O hacer un examen de una asignatura que te resulte muy difícil y sacar muy buena nota. O sacar mejor nota de la esperada en un examen que creías que te había salido mal. Aunque quizás, el mayor placer que experimenta un estudiante es cuando va a recoger las notas el último día, no le ha quedado ninguna y sabe que puede dedicarse a lo que le de la gana durante los siguientes tres meses ¿Hay mayor alegría que esa?
domingo, 24 de febrero de 2013
Paseo entre historias
Durante este capítulo, voy a contar mi experiencia tras
estar vagando sin rumbo durante un tiempo por una librería.
He escogido esta experiencia porque una de las cosas con las
que más disfruto, es leer, y si hay algo que me gusta es vagar por librerías,
buscando aventuras nuevas por descubrir.
Como librería he escogido una de mis favoritas, que está en
Cádiz, porque da la casualidad de que he estado allí este fin de semana.
Entro en la librería como si fuese mi casa. Al instante, me
invade el olor a libro nuevo, a páginas recién impresas. Ese olor me encanta.
Me conozco la librería de memoria y mis pasos me llevan, casi
sin quererlo, a la sección de novedades. Cojo alguno que otro, mientras ojeo
las portadas que más me llaman la atención y los títulos que se me antojan más
prometedores. Nada.
Me despego de esa esquina de la tienda y continúo mi lento
avance. Mi instinto me guía solo, de nuevo, y me arrastra hasta la estantería
de novelas fantásticas (género que me gusta bastante, he de decir). Sigo
ojeando y me encuentro con algunas novelas, viejos amigos, a los que ya
conozco, incluso aventuras que me sé de memoria ya. Algún que otro título me
llama la atención, pero ninguno lo suficiente, así que me interno en el pasillo
de clásicos para mirar algún que otro más antes de decidirme.
Una novela sobresale de entre un montón. Lo cojo. El título
reza “Cuentos Macabros”, de Edgar Allan Poe. Es una edición nueva, con unas
ilustraciones preciosas. Lástima que hace apenas un mes me compré una edición
más antigua del mismo libro. Ojeo un poco más las preciosas ilustraciones y lo
dejo de nuevo donde estaba. A saber cuánto tiempo más se llevará ahí, si es que
no se queda para siempre atrapado en aquella estantería.
Subo unos pequeños escalones y voy a parar a la última
sección de la librería: La sección juvenil. Hace tiempo que no compro ningún
libro en esta sección, ya que todos me parecen lo mismo. Cuando algún autor
saca algo medio decente que se transforma en best-seller (gracias a las hordas
de adolescentes incultos que leen semejantes porquerías), enseguida aparecen
miles más que aspiran a triunfar siendo una copia barata de los primeros, con
diferente nombre pero lo mismo en esencia.
Los libros de esta sección los ojeo con mayos desgana. Como
imaginaba, no hay ninguno que merezca la pena. Cuando estoy a punto de irme,
veo de refilón una portada que me es familiar. Saco el libro de la estantería y me encuentro con la continuación de un libro
que me leí hace ya un tiempo. Me leo la sinopsis y sopeso la idea de
llevármelo, pero al final, decido dejarlo en la estantería. Como ya he dicho,
aquellos libros son todos iguales y sé que, si me lo compro, me aburriré y
habré tirado el dinero para nada. Además, la primera parte no me gustó
demasiado…
Me encamino hacia la salida, algo decepcionada por no haber
encontrado nada. Mi madre me espera en la caja, con cuatro libros en la mano,
pasando la vista de uno a otro, repasando las sinopsis y contando páginas (mi
madre siempre dice que, cuanto más gordo un libro, mejor. Más tiempo se disfruta
con él). Me pide que le ayude a decidir y entre las dos nos quedamos con uno de una autora de misterio sueca bastante
buena, cuyas otras novelas mi madre ya ha leído (Mejor comprarte algo que sabes
que va a ser bueno). Luego, ella me pregunta que si he encontrado algo. Le digo
que no y me alcanza un libro en cuya portada aparecen una mujer, unas maletas y
un oso de peluche en una estación de tren. “La fabulosa historia de Henry N.
Brown”, rezan las letras del título. Me leo la sinopsis y me gusta, porque
parece una historia bonita y sencilla. Justo lo que necesitaba, porque a mí los
libros me vienen y van por épocas. Así que pagamos las dos y salimos fuera,
bastante contentas porque esa misma podríamos disfrutar de nuevas historias.
martes, 12 de febrero de 2013
La educación en Chipre (Sí, aquella pequeña isla perdida...)
En este artículo voy a comentar el modelo de educación en
Chipre y voy a comparar algunos aspectos de la misma con algunos aspectos de la
educación en España.
Realmente, no puedo afirmar que los modelos de educación
Español y Chipriota que voy a utilizar sean los generales, ya que en realidad
estoy comparando el modelo educativo de nuestro instituto con el instituto en
Chipre.
Principalmente, aclararé que he escogido el modelo de
educación de Chipre porque he tenido la inmensa suerte de hacer un intercambio
con este país y he tenido la oportunidad de asistir a algunas clases allí y
sufrir en carnes propias este sistema educativo.
Comenzaré hablando de aspectos generales para acabar
hablando de cada colegio en concreto.
Primeramente, voy a hablar de la organización de los cursos.
En España tenemos el colegio de educación primaria, que dura seis años y el
instituto, que dura otros seis años (cuatro de Enseñanza Secundaria Obligatoria
y dos de Bachillerato).
En Chipre, la cosa es algo distinta. Ellos tienen tres
“niveles”; la llamada escuela elemental, que equivaldría a nuestra escuela
primaria, el instituto, que equivale a los cuatro años de ESO, y el liceo, que
son tres años más (como tres años de bachillerato). Así, los alumnos de Chipre
tienen un año más de preparación antes de ir a la universidad.
En España cada clase dura una hora, mientras que en Chipre
las clases duran cuarenta y cinco minutos, cosa que a mí, personalmente, me
parece mejor, ya que estar sesenta minutos seguidos atendiendo a un profesor es
mucho más difícil que estar atento durante cuarenta y cinco. Aunque no lo parezca, quince minutos marcan la
diferencia.
Los recreos en España tienen una duración de veinte y diez
minutos, mientras que en Chipre (aparte de que hay un recreo más) hay dos de
veinte minutos y uno de diez, es decir, treinta minutos de recreo en total en
España frente a cincuenta en Chipre.
Las clases comienzan a las siete y media allí y terminan a
la una y media. Dan seis horas exactas, frente a las seis horas y media que se imparten
en España, donde las clases comienzan a las ocho y media para terminar a las
tres de la tarde.
A pesar de tener veinte minutos más de descanso y media hora
menos de clases al día, los chipriotas tienen siete clases al día, no seis,
como nosotros.
Otra cosa que me llamó mucho la atención es que, en Chipre,
todo el mundo comenzaba las clases a la misma hora (niños de primaria y
adolescentes de secundaria) y las terminaba a la vez. Aquí en España, los niños
de primaria comienzan las clases media hora más tarde que los de secundaria y
sale una hora antes.
En España, cuando un alumno repite curso por segunda vez,
pasa automáticamente al curso siguiente, no pudiendo hacer el mismo curso más
de dos veces seguidas. Los chipriotas tienen una extraña manera de solucionar
esto: si un alumno repite por segunda vez, se le cambia de instituto. Medida
que a mí, personalmente, me parece fantástica, ya que la mayoría de los
repetidores están en clase simplemente para dar la lata y molestar. Si se les
cambiase de escuela, no tendríamos que lidiar con tantos repetidores en la
misma clase y estas serían un poco más tranquilas.
Otra de las cosas que me han gustado bastante de la
educación allí ha sido el número de alumnos máximo por clase: veinticinco
alumnos frente al máximo de cuarenta que tenemos en España. Sin duda, creo que
esta es una de las mejores cosas de la enseñanza allí, puesto que, al haber
menos gente, las clases eran más tranquilas y a los profesores se les hacía más
fácil controlar a sus alumnos (a pesar de todo, seguía habiendo clases en las
que había algún que otro problema de atención).
En Chipre, tanto los alumnos de letras como los de ciencias
están obligados a dar ciertas clases. Por ejemplo; aquí en España, los
estudiantes de ciencias estamos obligados a dar clases de física y química,
pero no de latín o griego. En Chipre, los alumnos de ciencias daban las
asignaturas propias de su rama, pero además estaban obligados a dar algunas
asignaturas que en España se consideran solo de letras.
Entonces ¿Qué diferenciaba a un alumno de ciencias con uno
de letras? La respuesta es simple: cada alumno estudiaba más o menos horas de
una asignatura dependiendo de si cursaban ciencias o letras. Así pues, los
alumnos de ciencias tenían siete clases de matemáticas a la semana frente a las
tres clases que tenían los de letras.
Esto me parece genial, ya que así los alumnos no se
especializan tan pronto y saben un poco más de cada materia, aunque no vayan a
estudiarla en la universidad. Además, eso hace que el cambio de ciencias a
letras en caso de arrepentimiento no sea tan duro, ya que, al fin y al cabo, cursan las mismas asignaturas.
En Chipre los profesores no castigan a los alumnos poniendo
los llamados “partes” aquí en España, y si los alumnos son expulsados por cualquier
circunstancia, consta en el expediente, pero el alumno debe asistir a clases
durante el período de “expulsión”. Yo creo que ese es mejor castigo que el
Español, que simplemente se trata de quedarte en casa haciendo lo que te venga
en gana durante el tiempo que estás expulsado.
La nota máxima allí era el veinte y la mínima el ocho, no
como en España que contamos del cero al diez y que puntuemos cada nota con
sobresaliente, notable, bien…etc.
Dentro de los aspectos generales, lo último que quiero
destacar es la variedad de idiomas entre los que pueden escoger. Lo Chipriotas
pueden escoger dos idiomas entre el inglés, el francés, el ruso, el español, el
turco y el italiano. En España, sólo estudiamos inglés y francés, y ambos son
obligatorios en bachillerato. Eso sí, el nivel de las clases allí no es muy
alto, al igual que aquí, por lo que si
quieres estudiar un idioma de verdad, tienes que apuntarte a una academia.
En lo referente a las características de cada escuela, he de
decir de que, a pesar de que la escuela de Chipre era mucho más grande y tenía
patios, un gimnasio cubierto bastante grande y pistas deportivas, las clases no
eran mucho mejores que las nuestras. Es cierto que eran más amplias (a pesar de
que había poca cantidad de alumnos en cada clase) y que tenían aire
acondicionado, pero el mobiliario estaba mucho más deteriorado que el nuestro
(las mesas estaban pintarrajeadas hasta el extremo de que no se veía de que
material estaban hechas) y no tenían pizarras electrónicas o proyectores como tenemos
en nuestro instituto.
Los alumnos chipriotas, por muy extraño que suene, eran tan
indisciplinados como nosotros, los españoles.
Una de las cosas que más me llamó la atención allí fue que podían
utilizar los móviles cuando quisieran dentro del instituto (obviamente, no
podían utilizarlos durante las clases, pero sí durante el recreo y podían
dejarlos encima de sus mesas con total libertad).
Además, los alumnos podían ir al baño en mitad de las clases
sin problemas e incluso, si no te había dado tiempo, te podías tomar el
desayuno en clase. Muchos profesores se llevaban el café a clase también.
Algunas clases las comenzaban rezando, no solo la de
religión, y en todas las clases había un retrato al estilo bizantino de
Jesucristo o la virgen María (hay que añadir que son ortodoxos y que las clases
de religión son obligatorias allí).
Aparte de eso, los alumnos de ambos países somos, después de
todo, adolescentes atolondrados y ruidosos, aunque también los hay atentos.
Según mi parecer, el modelo Chipriota es mejor que el
nuestro. Las clases de cuarenta y cinco minutos permiten más descansos, más
atención y la posibilidad de tener más clases, además de que allí no se
especializan tan pronto, por lo que saben algo más que nosotros, además de que tienen un año más para
prepararse para la universidad y de que pueden optar a aprender más idiomas que
nosotros. Estas cosas son las que sustituiría en el modelo de educación
español.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)