domingo, 24 de febrero de 2013

Paseo entre historias


Durante este capítulo, voy a contar mi experiencia tras estar vagando sin rumbo durante un tiempo por una librería.
He escogido esta experiencia porque una de las cosas con las que más disfruto, es leer, y si hay algo que me gusta es vagar por librerías, buscando aventuras nuevas por descubrir.
Como librería he escogido una de mis favoritas, que está en Cádiz, porque da la casualidad de que he estado allí este fin de semana.
Entro en la librería como si fuese mi casa. Al instante, me invade el olor a libro nuevo, a páginas recién impresas. Ese olor me encanta.
Me conozco la librería de memoria y mis pasos me llevan, casi sin quererlo, a la sección de novedades. Cojo alguno que otro, mientras ojeo las portadas que más me llaman la atención y los títulos que se me antojan más prometedores. Nada.
Me despego de esa esquina de la tienda y continúo mi lento avance. Mi instinto me guía solo, de nuevo, y me arrastra hasta la estantería de novelas fantásticas (género que me gusta bastante, he de decir). Sigo ojeando y me encuentro con algunas novelas, viejos amigos, a los que ya conozco, incluso aventuras que me sé de memoria ya. Algún que otro título me llama la atención, pero ninguno lo suficiente, así que me interno en el pasillo de clásicos para mirar algún que otro más antes de decidirme.
Una novela sobresale de entre un montón. Lo cojo. El título reza “Cuentos Macabros”, de Edgar Allan Poe. Es una edición nueva, con unas ilustraciones preciosas. Lástima que hace apenas un mes me compré una edición más antigua del mismo libro. Ojeo un poco más las preciosas ilustraciones y lo dejo de nuevo donde estaba. A saber cuánto tiempo más se llevará ahí, si es que no se queda para siempre atrapado en aquella estantería.
Subo unos pequeños escalones y voy a parar a la última sección de la librería: La sección juvenil. Hace tiempo que no compro ningún libro en esta sección, ya que todos me parecen lo mismo. Cuando algún autor saca algo medio decente que se transforma en best-seller (gracias a las hordas de adolescentes incultos que leen semejantes porquerías), enseguida aparecen miles más que aspiran a triunfar siendo una copia barata de los primeros, con diferente nombre pero lo mismo en esencia.
Los libros de esta sección los ojeo con mayos desgana. Como imaginaba, no hay ninguno que merezca la pena. Cuando estoy a punto de irme, veo de refilón una portada que me es familiar. Saco el libro de la estantería  y me encuentro con la continuación de un libro que me leí hace ya un tiempo. Me leo la sinopsis y sopeso la idea de llevármelo, pero al final, decido dejarlo en la estantería. Como ya he dicho, aquellos libros son todos iguales y sé que, si me lo compro, me aburriré y habré tirado el dinero para nada. Además, la primera parte no me gustó demasiado…


Me encamino hacia la salida, algo decepcionada por no haber encontrado nada. Mi madre me espera en la caja, con cuatro libros en la mano, pasando la vista de uno a otro, repasando las sinopsis y contando páginas (mi madre siempre dice que, cuanto más gordo un libro, mejor. Más tiempo se disfruta con él). Me pide que le ayude a decidir y entre las dos nos quedamos con  uno de una autora de misterio sueca bastante buena, cuyas otras novelas mi madre ya ha leído (Mejor comprarte algo que sabes que va a ser bueno). Luego, ella me pregunta que si he encontrado algo. Le digo que no y me alcanza un libro en cuya portada aparecen una mujer, unas maletas y un oso de peluche en una estación de tren. “La fabulosa historia de Henry N. Brown”, rezan las letras del título. Me leo la sinopsis y me gusta, porque parece una historia bonita y sencilla. Justo lo que necesitaba, porque a mí los libros me vienen y van por épocas. Así que pagamos las dos y salimos fuera, bastante contentas porque esa misma podríamos disfrutar de nuevas historias.

martes, 12 de febrero de 2013

La educación en Chipre (Sí, aquella pequeña isla perdida...)


En este artículo voy a comentar el modelo de educación en Chipre y voy a comparar algunos aspectos de la misma con algunos aspectos de la educación en España.
Realmente, no puedo afirmar que los modelos de educación Español y Chipriota que voy a utilizar sean los generales, ya que en realidad estoy comparando el modelo educativo de nuestro instituto con el instituto en Chipre.
Principalmente, aclararé que he escogido el modelo de educación de Chipre porque he tenido la inmensa suerte de hacer un intercambio con este país y he tenido la oportunidad de asistir a algunas clases allí y sufrir en carnes propias este sistema educativo.
Comenzaré hablando de aspectos generales para acabar hablando de cada colegio en concreto.
Primeramente, voy a hablar de la organización de los cursos. En España tenemos el colegio de educación primaria, que dura seis años y el instituto, que dura otros seis años (cuatro de Enseñanza Secundaria Obligatoria y dos de Bachillerato).
En Chipre, la cosa es algo distinta. Ellos tienen tres “niveles”; la llamada escuela elemental, que equivaldría a nuestra escuela primaria, el instituto, que equivale a los cuatro años de ESO, y el liceo, que son tres años más (como tres años de bachillerato). Así, los alumnos de Chipre tienen un año más de preparación antes de ir a la universidad.
En España cada clase dura una hora, mientras que en Chipre las clases duran cuarenta y cinco minutos, cosa que a mí, personalmente, me parece mejor, ya que estar sesenta minutos seguidos atendiendo a un profesor es mucho más difícil que estar atento durante cuarenta y cinco.  Aunque no lo parezca, quince minutos marcan la diferencia.
Los recreos en España tienen una duración de veinte y diez minutos, mientras que en Chipre (aparte de que hay un recreo más) hay dos de veinte minutos y uno de diez, es decir, treinta minutos de recreo en total en España frente a cincuenta en Chipre.
Las clases comienzan a las siete y media allí y terminan a la una y media. Dan seis horas exactas, frente a las seis horas y media que se imparten en España, donde las clases comienzan a las ocho y media para terminar a las tres de la tarde.
A pesar de tener veinte minutos más de descanso y media hora menos de clases al día, los chipriotas tienen siete clases al día, no seis, como nosotros.
Otra cosa que me llamó mucho la atención es que, en Chipre, todo el mundo comenzaba las clases a la misma hora (niños de primaria y adolescentes de secundaria) y las terminaba a la vez. Aquí en España, los niños de primaria comienzan las clases media hora más tarde que los de secundaria y sale una hora antes.
En España, cuando un alumno repite curso por segunda vez, pasa automáticamente al curso siguiente, no pudiendo hacer el mismo curso más de dos veces seguidas. Los chipriotas tienen una extraña manera de solucionar esto: si un alumno repite por segunda vez, se le cambia de instituto. Medida que a mí, personalmente, me parece fantástica, ya que la mayoría de los repetidores están en clase simplemente para dar la lata y molestar. Si se les cambiase de escuela, no tendríamos que lidiar con tantos repetidores en la misma clase y estas serían un poco más tranquilas.
Otra de las cosas que me han gustado bastante de la educación allí ha sido el número de alumnos máximo por clase: veinticinco alumnos frente al máximo de cuarenta que tenemos en España. Sin duda, creo que esta es una de las mejores cosas de la enseñanza allí, puesto que, al haber menos gente, las clases eran más tranquilas y a los profesores se les hacía más fácil controlar a sus alumnos (a pesar de todo, seguía habiendo clases en las que había algún que otro problema de atención).
En Chipre, tanto los alumnos de letras como los de ciencias están obligados a dar ciertas clases. Por ejemplo; aquí en España, los estudiantes de ciencias estamos obligados a dar clases de física y química, pero no de latín o griego. En Chipre, los alumnos de ciencias daban las asignaturas propias de su rama, pero además estaban obligados a dar algunas asignaturas que en España se consideran solo de letras.
Entonces ¿Qué diferenciaba a un alumno de ciencias con uno de letras? La respuesta es simple: cada alumno estudiaba más o menos horas de una asignatura dependiendo de si cursaban ciencias o letras. Así pues, los alumnos de ciencias tenían siete clases de matemáticas a la semana frente a las tres clases que tenían los de letras.
Esto me parece genial, ya que así los alumnos no se especializan tan pronto y saben un poco más de cada materia, aunque no vayan a estudiarla en la universidad. Además, eso hace que el cambio de ciencias a letras en caso de arrepentimiento no sea tan duro, ya que, al fin y al  cabo, cursan las mismas asignaturas.
En Chipre los profesores no castigan a los alumnos poniendo los llamados “partes” aquí en España, y si los alumnos son expulsados por cualquier circunstancia, consta en el expediente, pero el alumno debe asistir a clases durante el período de “expulsión”. Yo creo que ese es mejor castigo que el Español, que simplemente se trata de quedarte en casa haciendo lo que te venga en gana durante el tiempo que estás expulsado.
La nota máxima allí era el veinte y la mínima el ocho, no como en España que contamos del cero al diez y que puntuemos cada nota con sobresaliente, notable, bien…etc.
Dentro de los aspectos generales, lo último que quiero destacar es la variedad de idiomas entre los que pueden escoger. Lo Chipriotas pueden escoger dos idiomas entre el inglés, el francés, el ruso, el español, el turco y el italiano. En España, sólo estudiamos inglés y francés, y ambos son obligatorios en bachillerato. Eso sí, el nivel de las clases allí no es muy alto, al igual que aquí,  por lo que si quieres estudiar un idioma de verdad, tienes que apuntarte a una academia.
En lo referente a las características de cada escuela, he de decir de que, a pesar de que la escuela de Chipre era mucho más grande y tenía patios, un gimnasio cubierto bastante grande y pistas deportivas, las clases no eran mucho mejores que las nuestras. Es cierto que eran más amplias (a pesar de que había poca cantidad de alumnos en cada clase) y que tenían aire acondicionado, pero el mobiliario estaba mucho más deteriorado que el nuestro (las mesas estaban pintarrajeadas hasta el extremo de que no se veía de que material estaban hechas) y no tenían pizarras electrónicas o proyectores como tenemos en nuestro instituto.
Los alumnos chipriotas, por muy extraño que suene, eran tan indisciplinados como nosotros, los españoles.  Una de las cosas que más me llamó la atención allí fue que podían utilizar los móviles cuando quisieran dentro del instituto (obviamente, no podían utilizarlos durante las clases, pero sí durante el recreo y podían dejarlos encima de sus mesas con total libertad).
Además, los alumnos podían ir al baño en mitad de las clases sin problemas e incluso, si no te había dado tiempo, te podías tomar el desayuno en clase. Muchos profesores se llevaban el café a clase también.
Algunas clases las comenzaban rezando, no solo la de religión, y en todas las clases había un retrato al estilo bizantino de Jesucristo o la virgen María (hay que añadir que son ortodoxos y que las clases de religión son obligatorias allí).
Aparte de eso, los alumnos de ambos países somos, después de todo, adolescentes atolondrados y ruidosos, aunque también los hay atentos.
Según mi parecer, el modelo Chipriota es mejor que el nuestro. Las clases de cuarenta y cinco minutos permiten más descansos, más atención y la posibilidad de tener más clases, además de que allí no se especializan tan pronto, por lo que saben algo más que nosotros,  además de que tienen un año más para prepararse para la universidad y de que pueden optar a aprender más idiomas que nosotros. Estas cosas son las que sustituiría en el modelo de educación español.